miércoles, 16 de noviembre de 2011

Pasión y miedo

Emprendiendo nuevos caminos, desentrañando nuevos mares, aquí voy con mi coraza aún estancada.
Corazón en tinieblas quiere todo entregar, dejar los miedos atrás y atreverse a amar, un parto en cada palabra, temores en cada mano y alegría en cada añoranza.
Mostrar el desgarro en el alma, temer el ocaso en piel ajena, dar todo de sí y esperar todo a cambio, el miedo sigue en el alma.
Las libélulas revolotean en sus entrañas, el olor a humedad y a soledad se mezclan con el de su abrazo intacto, el aire se impregna de aquella fragancia y canta una canción que llega a ella en cada reminiscencia de pasión.
Pino y eucalipto bajo la luz del arcoiris van dictando mi camino, cuando un olor penetra mi alma, cuando una pasión se remite a tu aura, cuando el miedo aun domina mi actuar.

martes, 1 de noviembre de 2011

La última cena (Historia ficticia sobre un suicidio no tan ficticio.)

Éramos los mejores amigos desde niños, no necesitábamos palabras para entendernos ya que a cierta edad aún infantil alcanzamos un nivel parecido a la telepatía él sabia cuando yo lo necesitaba y él me conocía tanto que no necesitaba preguntar.
Tuvimos una niñez feliz, creo que si no hubiéramos estado unidos a tan corta edad hubiera sido un infierno para ambos, el con sus problemas y yo con los míos. En la adolescencia crecimos y maduramos juntos pero en esa etapa de nuestras vidas comenzaron las crisis, de ambos. Un simple juego o una travesura ya no alcanzaban para mitigar el dolor ante nuestros vacíos, cada vez más sentíamos el peso de la sociedad sobre nosotros, el peso de ser diferente en este mundo donde nadie te tiende una mano ni acoge cuando tu corazón esta tan hinchado de sentir que comienza a sangrar a raudales, así éramos los dos, un par de almas sensibles incomprendidas por los demás, pero en él había algo diferente, siempre me sentí como la fuerte, al igual que él me quebraba con mucha facilidad como el ala de una mariposa o una hoja seca en otoño pero siempre en mi renacían las esperanzas, era una guerrera, una luchadora, sabía que si me caía debía volver a pararme dispuesta a caerme de nuevo y volver a aprender, pero él no, cuando el mundo lo tiraba al abismo todo terminaba para él, eran semanas tratando de sacarlo adelante.
En algún momento me di cuenta de que las cosas ya no eran como antes, sus esperanzas de salir de las tinieblas en las que se sumía esporádicamente eran cada vez menos sinceras, me decía que pronto estaría bien sólo para hacerme sentir tranquila, pero yo notaba que mi amigo iba extinguiéndose de a poco.
Y llegó aquella edad en donde uno quiere estirar las alas y ser libre, volar lejos y bajo sus propias normas y expectativas, ahí los problemas se dilucidaron con mayor fuerza, mi amigo probó el alcohol y un cortocircuito inminente traspasó las fronteras de su autocontrol. Esa noche no estaba con él y aún siento culpa por ello, me entere por otros amigos en común que me llamaron para darme la alarmante noticia, había tratado de suicidarse, me costó mucho asumirlo aunque de cierta manera intuía que alguna vez iba a suceder, se veía en sus ojos que no apreciaba la vida.
De ahí en adelante pasó ante mis pestañas una sucesión de hechos que me hicieron darle una opción increíble a toda esta historia, la relataré más adelante.
Pidió perdón cientos de veces a todos, hubo quienes lo insultaron y trataron como lo peor, yo simplemente lo abrasé, no creo que la mejor manera de tratar a alguien que quiere morir sea haciéndolo sentir aún peor, además era mi hermano, en algún momento me prometí apoyarlo siempre, pase lo que pase, estar ahí para el cuando me necesitara y ese era el momento por excelencia. Pero las cosas no mejoraron, sus sonrisas ya no eran honestas, me daba cuenta que de a poco la vida de mi amigo se iba extinguiendo. Llegó un día en que ya no pudo más y me contó que ya no quería seguir aferrado a la vida, que quería despegar, salir volando y olvidar todo el dolor que sentía hace siglos, pasaron un par de años y todo seguía igual, con tratamientos y todo lo habido por haber la pena doblegaba cada vez más su alma, sólo quería morir, no salía de casa, no se alimentaba, sólo quería dormir y escapar aunque fuera en sueños de esta realidad de la que se sabia prisionero.
En algún momento no dí más, sentí el peso de su sufrir, me sentí egoísta y supe que ya no podía retenerlo para mí, tenía claro que él se quedaba en este infierno para no dejarme sola, tomé la decisión y fui a exponérsela, quizá no le pareciera tan disparatada.
Le dije que sí ya no quería seguir viviendo yo no podía retenerlo en el mundo de los vivos así como el estaba, que en este momento el pertenecía al mundo de los muertos, que necesitaba paz y calma y que aquí nunca las iba a conseguir, pero que no podía irse así, lleno de angustia, le dije que prefería que tuviera unos últimos momentos de paz, de gloria, de alegría. Y ese fue el plan, ambos pensábamos que no había nada peor que morir siendo lo último que viviste una condena, me avisaría cuando ya no aguantará más y al fin llegó ese día, salimos a correr, a jugar, a hacer todas esas cosas que hacíamos cuando niños, cuando estar juntos nos alejaba de todas las penas, cuando los miedos se achicaban al saber que teníamos una vida entera. Hicimos cosas que nunca nos habíamos atrevido, leímos libros, vimos películas, jugamos juegos, reímos, lloramos, pero por sobre todas las cosas nos amamos. Por último, una tarde nos juntamos en su casa, cocinamos lo que más nos gustaba por aquellos días, fue una velada perfecta, llena de risas y miradas cómplices, estaba todo tan bien, como nunca hace años, pero yo sabía que era el fin, lo intuía, ese era el pacto, que el alcanzara la felicidad antes de zarpar a nuevos mares. Intercambiamos fotos, historias y miles de sonrisas, un abrazo largo y apretado, un par de te amo, gracias por todo, la vida hubiera sido aún peor sin ti a mi lado, un disculpa, un no te preocupes siempre estarás a mi lado. Esa fue la última cena, al día siguiente cuando me desperté me sentí llena de paz, todo el peso que cargaba conmigo en mi espalda hace años se había ido, unas horas después su madre llamó y me dijo que había partido, yo ya lo sabía y no sentí culpa ni pena porque mi amigo era al fin libre, estaba en paz y yo ya no era su carcelera.